EL AMOR EN LA VEJEZ
Hoy por
hoy debemos reconocer que los adultos mayores están siendo reivindicados por
una sociedad que cada día envejece y que está apreciando en “carne propia” los
efectos que señala el estigma de la vejez. Estos cambios han influido en la
imagen que las otras generaciones comienzan a tener del adulto mayor, como así
mismo en la percepción que el propio adulto mayor está teniendo de sí mismo.
Esta nueva percepción está devolviendo al
adulto mayor algunas capacidades, a las que había renunciado por una imposición de la sociedad en que vivimos ; una de estas es la capacidad de amar.
Era común esperar -tanto del hombre como de la
mujer mayor de 60 años- que se comportaran según estereotipos preconcebidos
vigentes en todas las épocas y que se representaban por conductas
caracterizadas por la sensatez, mesura, realismo y serenidad. Por lo tanto, el
adulto mayor no tenía permiso para enamorarse, según sus hijos, nietos y amigos
y la sociedad. Enamorarse estaba fuera de lugar. Esta fuerte tradición cultural
se ha modificado, por suerte.
Reconociendo que el
deseo de amar y de ser correspondido es inherente al ser humano en
cualquier momento de la vida, la etapa de la vejez no queda al margen de esta
condición humana. Sin embargo, es evidente que el amor en la
vejez es más tranquilo, reflexivo, lejos de la pasión de la
juventud, y que con mucha frecuencia se convierte en compañía.
Cualquier persona puede vivir su
última etapa de vida gracias al valor que aporta el amor, cultivar el amor en
la tercera edad es un verdadero regalo, puesto que no existe mayor medicina
para vivir feliz que la ilusión que aporta un corazón correspondido.
Es una verdadera alegría, que la persona como adulta mayor no se limite ante la posibilidad de amar y recibir amor. Dado que el amor es eso, un proceso emocional para recibir compañía y no sentirse en soledad, donde se comparten muchas cosas siendo una forma de vivir mucho mejor.
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